lunes, 12 de octubre de 2009

Inmortal

Inmerso en la profunda oscuridad de mi habitación, contemplaba en silencio un espejo, en el cual no conseguí hallar ningún rostro. Continué inmóvil y callado durante unas horas, pero apesar de todo el dolor que sentía dentro, no salió ni una lágrima de mis ojos.
-Es normal- pensé- los monstruos no lloran.
Pues hacía tiempo que yo había dejado de ser una persona normal y corriente.
Los humanos somos débiles e idiotas. El día que me ofrecieron la inmortalidad, no me lo pensé dos veces, acepté sin más. Nunca pensé que me acabaría arrepintiendo. Y ahora, estoy completamente solo. No tengo familia ni amigos, solo me queda el horrible recuerdo de haber presenciado la muerte de todas las personas a las que quería. Pero hoy mi soledad llegaría a su fín.
Abrí un poco la ventana, dejando un pequeño hueco por el cual se veía el exterior.
Mientras mi mano sostenía una pequeña y puntiaguda estaca de madera, mis ojos contemplaban, ensimismados, la apuesta de sol. Sin apartar la mirada de ella, clave la estaca en mi pecho con todas mis fuerzas hasta atravesarlo.
La sangre empezó a brotar de mi interior. Pasé la yema de mis dedos sobre la herida, unté mis labios de sangre y los relamí.
-Deliciosa.
Fue la última palabra que dije mientras mis colmillos empezaban a aparecer, y mi vida, a evaporarse.



12 de Octúbre del 2009
Elisabet Alcantara

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