domingo, 22 de agosto de 2010

Perfección.

Y la quería.
La quería más de lo que quería a otra persona, pero la quería por quererla; por ser como era.
Amaba sus perfectas curvas, sus sensuales contoneos, y el rojo carmín que dibujaba sus labios cada noche.
No la quería por ser única; la quería por ser perfecta. Por sus claros ojos únicos, por sus perfectos pechos, incluso por sus sonrojadas mejillas.
Porque cuando pasaba por su lado, contoneando sutilmente sus caderas y ondulando sus cabellos con el viento, lo embriagaba todo con su olor, y captaba todas las mirandas consiguiendo que se posaran sobre ella.

Y... ¿saben? Yo también le quería a él.
Le quería más de lo que mi corazón podía querer.
Pero aunque le diera mi vida para demostrarlo, no me podría querer la mitad de lo que la quería a ella.

Porque ella, señores; ella era perfecta.











Y yo; no.



No vemos más allá de lo que nuestros ojos ven.
Nos quedamos en la corteza;
ignoramos la verdadera esencia.