martes, 23 de febrero de 2010

The end.

La besó.
La beso mil veces; en la cara, en el cuello, en la mano....
Ahora lo único que quedaba de ella era un cuerpo inerte, pálido e inchado. Su dulce mirada había perdido el poder enigmático que poseía y su pelo ya no desprendía ese olor a rosas que le caracterizaba.
Unas gotas salpicaron su triste rostro. ¿Llovía? No, eran las lágrimas del hombre que siempre la había amado.
Sostenía su mano y agitaba su cuerpo continua y delicadamente.

-¡Resiste! Se que puedes hacerlo. Por ti, por mi...

Con una venda envuelta en la mano, presionaba la herida de su pecho, lleno de sangre.
Se encontraban solos, tumbados sobre las frías calles iluminadas por el resplandor de la luna.

-Se está enfriando...-Dijo con un hilo de voz.

Rápidamente, se quitó su abrigo y con él la envolvió, acurrucándola entre sus brazos.
Sabía que su destino estaba marcado, pero aún así no desistió. Él nunca se había rendido por nada, su corazón estaba repleto de esperanza.
Posó sus manos sobre su pecho. El corazón de ella había dejado de latir.
Beso su frente, cerró sus ojos, y tapó su rostro con el abrigo con el que la había envuelto.
Y, arrodillado sobre el asfalto, con el puño apuntando al cielo y los ojos medio llorosos, gritó con voz vengativa:

-Oh, destino cruel, que te aprovechas de la gente. ¿Por que te la llevas a ella, siendo un ser tan inocente? Y si esta es tu venganza, por alguno de mis pecados, arrebátame la vida ami, que soy el que los ha causado, pero apiádate de ella, y déjala marchar, pues no es más que un ser que jamás tuvo maldad.

Las nubes que le rodeaban de pronto se ennegrecieron y empezó a llover con fuerza, pero él continuó allí; inmóvil. No tenía ningún motivo para irse, pues todas sus ganas de vivir se acababan de marchar esa misma noche; junto a ella.